sábado, 25 de septiembre de 2010

Traveller frog, 2 / Vuelve el latazo de Fuller

Estoy pensando seriamente que quizá no debería leer El País mientras esté en Londres. Me sigo tragando todas las tonterías españolas, sobre todo lo que dicen los periodistas sobre los políticos. Según los periodistas, los políticos son culpables de cualquier cosa, reos de todo; han de ser denigrados. Yo creo que es al revés. Los políticos son mejores que la gente, que tanto los critica, y muchísimo mejores que los periodistas, la hez de la humanidad, que van a saco con ellos. Pienso, por el contrario, que de muchas de las cosas malas que ocurren en el mundo, y concretamente en España, tienen la culpa los periodistas y los escritores que escriben en prensa. Bien, sea como fuere, lo cierto es que probablemente necesite una cura de El País.

El caso es que hoy sábado 25 de septiembre, día espléndido en Londres, viene en Babelia un artículo de Muñoz Molina hablando de Buckmister Fuller, a propósito de esa exposición de Madrid que han hecho Foster y Galiano. Muñoz Molina, que es buen escritor, tiene tendencia a meterse en camisas de once varas, y frecuentemente en relación al arte o a la arquitectura. Lo cierto es que no entiende de arte ni de arquitectura y así aterriza, incauto, en densos berenjenales.

Porque de Arte y de Arquitectura hay que entender: así es el mundo, queridos amigos. Se trata de saberes específicos y complicados, y pretender que sea de otro modo es empresa vana. La arquitectura es un pensamiento y saber específico, nada sencillo, y bastante de lleno de contradicciones y paradojas, contrarias a lo intuitivo e inmediato. Las buenas gentes que quieran acercarse a este saber con sencillez y buen sentido simplemente no lo conseguirán.

Es probable que algunos escritores sean muy soberbios. Quizá lo sea Muñoz Molina. Y como la arquitectura es complicada y se le resiste ha quedado muy contento con Fuller, que, en apariencia, le ha resuelto muchas cosas con sus aplastantes y magníficas teorías.

Pero aquí estoy yo para fastidiar lo que pueda y para decir que se equivoca, del mismo modo que también se equivoca Fuller. Un hombre muy orgulloso, como ingeniero que era, y un hombre completamente equivocado. Todo el mundo le ha tomado por un genio, y yo pienso que desde luego no lo era, al menos cuando se acercaba a la arquitectura y, en general, al diseño.

Muñoz Molina queda encantado con el canto que Fuller hizo al velero como diseño perfecto, y con el asunto del poco peso para las construcciones. No tengo nada contra el velero (simpatía tampoco), pero el velero y la arquitectura nada tienen que ver, por más que así lo crean arquitectos (algunos de ellos amigos) aficionados a la náutica. La precisión y ligereza del velero no son aplicables a la arquitectura. Los edificios no se mueven ni deben moverse y así sus virtudes y características se parecen poco a los vehículos, por más que Le Corbusier y los modernos en general hayan sido tan aficionados a estas analogías.

Y lo del peso es absurdo. Pretender que es bueno el poco peso en las construcciones arquitectónicas es una demostración absoluta de despiste, muy propia de un ingeniero. Esta milonga del peso por parte de Fuller tiene ya más de 50 años y desenterrarla ahora es la prueba de que el mundo no avanza. El peso no es malo para la arquitectura, sino bueno. No es que sea un bien absoluto, pero puede decirse que es más verdad el aserto de que es bueno que la arquitectura pese bastante y bastante menos verdad el de que es bueno que pese poco. A igualdad de precio (en dinero o energía, que es en definitiva lo que importa), el peso favorece la estabilidad y la duración, de un lado, y el buen comportamiento térmico, de otro. Un edificio no se mueve, repito, por lo que el peso no importa, y si pesa poco tiende a caerse. Esta vieja falacia debe desterrarse de una vez para siempre. Los edificios han de pesar, bastante; razonablemente, pero bastante. Y el peso no se relaciona con calidad arquitectónica, o no arquitectónica, ninguna. La “ligereza” es un asunto estético, de preferencia estética, sea ésta conceptual o plástica.

Por otro lado, los diseños de Fuller son casi todos bastante malos y disparatados. A Muñoz Molina se le ocurre elogiar el coche de las 3 ruedas. Resulta bastante evidente para quien tenga la cabeza sobre los hombros que un coche no ha de tener 3 ruedas, sino 4, y por eso todos tienen 4, naturalmente. Si tuvieran 3 su peligro de desequilibrio sería enorme, además de estar basados sobre la figura del triángulo, bastante reñida con el diseño. Es lo mismo, aunque de otro modo, que mesas y sillas. Tres puntos determinan un plano, pero las mesas y las sillas tienen 4 patas. Algunas mesas tienen todavía muchas más patas, igual que algunos camiones tienen todavía muchas más ruedas. No se debe de jugar con la estabilidad de las cosas, cuestión fundamental. El coche de 3 ruedas es un disparate pretencioso y falaz.

Dice el escritor que además ese coche gastaba mucha menos gasolina, cuestión que evidentemente no se relaciona en absoluto con la falta de una rueda. El coche de Fuller, que conozco desde que era estudiante, está basado en cuestiones estéticas, incluso aunque Fuller no lo supiera. Pretende ser “aerodinámico”, cosa que estaba muy de moda y que luego se demostró que no servía para nada en coches para velocidades normales. Es decir, tenía estilo aerodinámico. Además, si ese coche hubiera sido estupendo, se habría adoptado o copiado. No se hizo; me parece que ni siquiera se fabricó, demostración clarísima de su inutilidad.

Otra genialidad de Fuller eran las casas de planta hexagonal o circular. Dejando aparte la demencial pretensión de que algunas de esas casas vinieran transportadas por el aire y de que tuvieran una estructura de vástago central, las casas no han de tener, en ningún caso, plantas hexagonales o redondas, figuras absolutamente inadecuadas para la arquitectura en general y para las casas en particular. Puede usarse, prudentemente y en casos especiales, el hexágono en arquitectura. Puede usarse, prudentemente y en casos especiales, el círculo en arquitectura. Y pueden hacerse casas hexagonales o redondas, pero siempre serán imprudentes y equivocadas. Una casa tiene divisiones interiores y es sencillamente imposible dividir bien un hexágono o un círculo. Se hace, desde luego, pero queda fatal. Se hacen casas malas, desde luego, pero no dejan de ser malas por estar hechas. Como algunas de las de Fuller, que se hicieron a pesar de su simpleza de pensamiento y su condición sencillamente tonta y equivocada.

También el escritor celebra la cúpula geodésica, como la que Fuller hizo para la Expo de Nueva York. Y habla de ventajas de lo máximo de no sé qué con lo mínimo de no sé cuánto. Ventaja ninguna, en realidad. Una cúpula esférica, geodésica o no, sólo puede tener sentido de una manera excepcional, en una rara ocasión y para un extraño uso. La prueba es que los edificios esféricos no se han construido nunca. Arquitectónicamente la esfera no sirve para nada. Sólo sirve la media esfera, más llamada cúpula, y tan usada en los períodos clásicos tan sólo como cubierta. Solamente Boullèe, en el cenotafio de Newton, y Ledoux, en las casas para los guardabosques, propusieron esferas completas a lo largo de toda la historia de la arquitectura. Naturalmente, nadie les hizo caso, en cuanto a realizarlas. Tampoco lo pretendían.

Bueno, bueno, Sr. Muñoz Molina. Pues habría que ser más serio, tener más conocimiento, para hablar de arquitectura. Si no, lo mejor sería callarse. Como un muerto, diría yo.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Traveller frog from Duck Lane / 1 / Banqueting House

Empieza una etapa diferente de este blog, con mis crónicas desde Londres. El tópico español de Londres –no sé si el tópico internacional- era lo mal que se comía, aquí y en toda Inglaterra. Han debido de decírselo mucho a los londinenses, y el turismo en la ciudad ha tenido que llegar a ser extraordinariamente grande, pues en los barrios centrales y populares no hay otra cosa, casi, que restaurantes y casas de comida. Se puede comer como se quiera, realmente. Mal o o regular, desde luego es facilísimo, pero también muy variado; y bien o tirando a bien no es difícil. No es barato, pero aquí no hay nada barato.

El otro día, casi por azar, fuimos a parar a la zona de Westminster. Vimos la Abadía, por fuera (17 libras para entrar), el Parlamento, y descubrimos The Horse Guards, el cuartel del regimiento de caballería de la guardia del Rey (de la Reina), un edificio neoclásico de William Kent, magnífico, que cierra la calle con respecto a St. James Park, justamente enfrente de la Banqueting House construida por Iñigo Jones. Al otro extremo del parque, no muy grande, pero estupendo, está Buckingham Palace. Es una zona magnífica, una zona oficial, con espléndidos edificios eclécticos que son los ministerios. Todo parece celebrar el gran Londres académico, aunque allí se mezclen la tradición clásica y la gótica sin hacerse realmente mucho daño.

La Banqueting House es un edificio más o menos palladiano de Jones con el que se inició el renacimiento inglés a la manera italiana, ya en el siglo XVII. Antes había habido un renacimiento inglés más o menos castizo, que no resultó malo, pero tampoco exitoso ni refinado. Fue Jones, con este edificio y algunos otros, quien empezó un renacimiento italiano que quería ser británico, contradicción interesante que la arquitectura inglesa llevó adelante durante más de 2 siglos.

Cuando se construyó (como se ve en algunos cuadros y grabados de época y posteriores) era algo completamente ajeno a su entorno. Esto es, era arquitectura estrepitosamente moderna que despreciaba la tradición propia y la arquitectura del lugar. Quizá hubo un Príncipe de Gales que se escandalizó de ello.

Lo mandó construir Jacobo I, padre de Carlos I, el rey que perdió la guerra civil y que fue decapitado por orden del Parlamento (de Cromwell) precisamente en un tinglado de madera colocado contra la fachada del Banqueting House. Cobran 8 libras y pico por entrar, lo que es un poco exagerado.

Hoy llovió a mares, y llegamos a comer y a casa calados hasta los huesos. Pero hacia las 2 de la tarde ya había parado.