viernes, 13 de mayo de 2011

Edinburgh, another time


Detalle del Parlamento de Edimburgo, de Miralles y Tagliabue

En abril volví a Edimburgo. Había comprometido una conferencia sobre la arquitectura española del siglo XX, para dar en un ambiente selecto de la Universidad y promovida por el consulado español, que me pagó viaje, hotel y honorarios. Salió bien, el vino del consulado lo servían antes y después de la conferencia, y el cónsul nos invitó luego a cenar a los participantes en la mesa redonda y algunos profesores más.

No sé si se enteraron muy bien de una conferencia quizá demasiado densa. La leí en inglés, bien, ahí no había problema, y espero, al menos que se quedaran impresionados con la gran cantidad de buenas arquitecturas españolas que desfilaron por la pantalla y que ellos no conocían.

Luego hubo una mesa redonda, que se consumió por completo discutiendo sobre el Parlamento de Miralles y Tagliabue (que yo había fotografiado por fuera por la mañana, pues la otra vez que vine hacía mal tiempo), y que unos atacan y otros defienden. Yo no decía nada, pero, como me preguntaron, les dije que aunque yo no era muy partidario de la arquitectura de tendencias extremas, la de Miralles me parecía de muy buena calidad, así como muy personal y original, sin que se pueda clasificarla por parecidos o influencias, aunque quepa situarla en la línea del complejo organicismo expresionista que en su día protagonizó Scharoun. También les dije que al tratarse del Parlamento de Escocia tenía sentido que fuera tan singular, ya que era un gran monumento público, el edificio escocés de mayor jerarquía. Y que si yo encontrara este edificio en una ciudad española, en vez de en Escocia, me quedaría muy satisfecho.

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Grey Walls, Lutyens. Detalle del suelo del acceso a la casa principal


Grey Walls, de Edwin L Lutyens. Acceso y casa principal al fondo

A la mañana siguiente, con Cristina González Longo (arquitecta y profesora española en Edimburgo) y unos amigos suyos fuimos a ver "Grey Walls", una casa señorial que hizo Lutyens a principios de siglo y que hoy se ha convertido en un hotel. Yo estaba empeñado en ir para verla y sacar fotos, y fuimos con el matrimonio amigo de Cristina en su coche. Nos recibió la propietaria, que explicó el edificio y nos hizo recorrer casa y jardín.

Grey Walls es una casa a la que se entra por un paso de coches, que te enfrenta a una primera casa auxiliar, con otras dos pequeñitas a cada lado, y dejando sendas puertas iguales, entre ellas. Se produce una indecisión por la igualdad, hasta ver por una puerta la gran casa al fondo, y por otra nada, pues solo es un sitio para coches. La casa, con fachada cóncava, nos espera al final de una larga perspectiva, y su curvatura es un acompañamiento del giro de los coches señoriales al llevar a los propietarios. Pero la intensa simetría que la fachada presenta es algo desmentido por lo que se ve detrás y al fondo, que es más pintoresco, y sobre todo por el interior, ya que después de un pequeñísimo vestíbulo donde se reproduce la perplejidad de un doble paso, nada es simétrico ya. La casa y sus jardines presenta un sabio y sofisticado juego entre orden y desorden, y logra finalmente configurar un delicioso paraíso. Como hotel debe de ser caro, pero creo que merecerá la pena. Espero poder usarlo algún día.

Comimos allí, al aire libre, una de esas cosas que comen los británicos (en esto no hay milagros, aunque sea Escocia). Fue estupendo. Los invité con los honorarios que me había dado el Cónsul. A las cuatro me llevaron y acompañaron a una estación de ese pueblo (Gullane), donde para el tren de Londres que debía llevarme a casa.

martes, 10 de mayo de 2011

York


En marzo fuimos mi mujer y yo a York. La intención era visitar el Castle Howard, el primer gran palacio de Vanbrugh y Hawksmoor, y de paso echar un vistazo a la ciudad. Es pequeña, se ve en un vuelo. Yo reconocí por fuera el Assembly Room, una obra de Lord Burlington a la manera palladiana, o, mejor dicho, a la manera de la Banqueting House de Jones en London. Entré para ver si lo podía fotografiar y me encontré con un restaurante. Comimos allí y lo fotografié con calma.

Hay una impresionante catedral. Le dimos la vuelta por fuera y, al entrar, nos encontramos con un precio de 15 libras para acceder al interior. Ello nos retrajo mucho, no tanto por el precio mismo, sino por la rabia que te da el que te cobren por entrar en una iglesia. Después de tomar un té en una terraza volvimos por allí, pues en el pórtico lateral había un poco de jaleo. Estaban en él algunas personas vestidas de época, de modo algo estrafalario, y acabamos enterándonos de que eran el Mayor (alcalde), el Sherif (?) y no sé quien más. El caso es que había una ceremonia y algunos pasaban. Yo dije que pasáramos, y así lo hicimos. Acabamos sentados en el coro, que en las catedrales inglesas es el sito principal frente al altar, y empezó una extraña ceremonia, religiosa, pero también civil. Había una Schola Cantorum estupenda, y eso fue lo que nos hizo aguantar plácidamente hasta el final.







Al día siguiente cogimos un autobús y nos fuimos a Castle Howard. Este palacio, antecedente del Blenheim, tampoco se acabó, pues no tiene ninguno de los dos edificios auxiliares, caballerizas y cocinas, que en principio completaban el conjunto. Los problemas de su disposición general son parecidos a los que ya se han apuntado para Blenheim. Castle Howard, aunque es menos brillante que Blenheim, sobre todo en el aspecto figurativo, y en que presenta una unión menos convincente entre "villa" y alas, tiene un parque más lujoso y completo, con un gran lago artificial, un puente, un camino de estatuas que lleva hasta una villa pequeñita, y un templo redondo, proyectado por Hawksmoor, y al que no se puede llegar del todo. Este parque es espléndido, y, en conjunto, la visita es magnífica y altamente recomendable.



Como en casi todos los monumentos y museos británicos, sales por la tienda, para ver si picas. Nosotros picamos, pues compramos un pan muy bueno para llevarlo a Londres.

Volvimos a York a comer, lo que hicimos en una confitería/café/restaurante suizo y bastante lujoso. Luego fuimos lentamente hacia la estación y cogimos el tren, el East Coast, que va de London a Scothland, para ir a King´s Cross Station. Se llega en dos horas.

lunes, 9 de mayo de 2011

Oxford


He ido tres veces a Oxford. La primera con el prof. Adrian Forty y sus alumnos del Master, guiada por él. Nos enseñó el Asmoleam Museum, un edificio de Philiph Webb, brillante y extraño, que tiene en la fachada un orden jónico que se convierte en dórico con el mismo entablamento, en una astuta y heterodoxa jugada. Le comenté a Forty el curioso recurso, pero creo que no se enteró, no sé si -en parte- por mi inglés poco expresivo.


Luego fuimos a ver el College más antiguo de la ciudad, St John, casi enfrente. Por los patios pasamos a unas ampliaciones de arquitectura moderna, y a otros edificios, también modernos, con arquitecturas de compromiso poco afortunadas. No nos gustaban a los arquitectos, sobre todo una última "post", tan empeñada como poco atractiva. "Obnoxious!", dije yo (detestable). Algunos expresaron su acuerdo.


El University Museum es un museo de historia natural, neogótico, con un interior inspirado por Ruskin. Es como un gran claustro, y en lo que corresponde al patio, una estructura metálica , "gótica", soporta la cubierta de cristal. Este "gótico" está hecho utilizando sólo las nervaduras; esto es, de acuerdo con la mítica interpretación de Viollet-le-Duc (compartida por Ruskin) de que sólo las nervaduras trabajan. Claro, esto es verdad si lo haces metálico, como es el caso, pero si lo construyes en piedra (o en cualquier otro material, y en formas continuas) todas las partes trabajan, pues las estructuras siguen la ley del mínimo esfuerzo. Resulta interesante precisamente como representación de este ingenuo mito y, así, de los disparates de Ruskin, un personaje respetadísimo por casi todo el mundo menos por mí.


Luego vimos el Keble College, una obra de Butterfield, el arquitecto de la iglesia londinense de All Saints, en St Margaret St, quizá la iglesia neogótica mejor de la capital. Posterior a la obra de Londres, ésta de Oxford es ambiciosa y brillante, y de grandes proporciones. La capilla por fuera parece una catedral, si bien en el interior se achica bastante.


Luego fuimos a ver el St Catherine College, que es el que hizo Jacobsen. Yo lo había visto ya treinta años antes, y luego alguna otra vez más, pero me siguió interesando. Resulta bastante atractivo el observar como es una suerte de comentario a la arquitectura de Mies van der Rohe, hecha por Jacobsen en hormigón armado, y a mitad de camino entre la admiración al maestro y una intensa ironía.


Por último vimos la Biblioteca de Derecho (Law Library), de Leslie Martin y Colin St John Wilson. Es un edificio interesante y logrado, de organicismo moderado, más o menos aaltiano, y que en ese aspecto tiene algo que ver con la actitud de cierta arquitectura española (madrileña) de generaciones más jóvenes.

Luego tomamos el té (los ingleses con pastas, mantequilla y mermelada, lo que se debía sobre todo a que al mediodía habían elegido mal la comida) y después nos fuimos a casa en autobús, que se coge en la calle, en pleno centro, y te deja en la Bus Victoria Station, o antes, si quieres.

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Volví a Oxford con Manuel López, un joven arquitecto valenciano que está haciendo el master, y con la intención de visitar el Blenheim Palace, de Vanbrugh y Hawksmoor, que está cerca de Oxford. Esta vez fuimos en tren y cogimos un autobús para ir a Blanheim. Cobraban por entrar 19 libras. Yo saqué el carnet de mayor de 60 años, el de profesor y el de prensa, y debí impresionar al portero pues me dejó la entrada a mitad de precio, aplicando (indebidamente) la destinada a grupos.

El Blenheim Palace fue una mansión que se le regaló al primer conde de Marlborough, luego duque, que era un militar que ganó en Austria una batalla importante de la guerra de sucesión española, aquella que teóricamente ganó Felipe V, pero a costa de perder Gibraltar. Por ganar esa batalla se le regaló el palacio, cuyo encargo consiguió Vanbrugh, que era una persona de clase alta muy bien relacionada, y que fue lo suficientemente prudente como para llamar a su amigo Hawksmoor, también ayudante de Wren, arquitecto habilísimo y de origen humilde.

Un duque de Marlborough fue Churchill, que nació precisamente en Blenheim. Seguro que el niño Wiston creía que todos los niños nacían en un palacio. El proyecto de Blenheim, bastante parecido al inmediatamente anterior Castle Howard, era muy grande y ambicioso y su construcción acabó convirtiéndose en un escándalo. El plan total no llegó a acabarse, pues sólo se hizo uno de los dos grandes edificios auxiliares de los laterales.

El Blenheim Palace es un edificio sin método, podría decirse; es decir, hecho sin poseer ningún instrumento de proyecto que le sirviera de guía de una forma clara. El núcleo del palacio es una suerte de villa palladiana, que se amplía, siguiendo más o menos las ideas del maestro véneto, pero de forma más compleja, y confiando por completo en la superposición de partes y en la absoluta simetría. Algo hay en él de los edificios en torno a patios, aunque muy poco, y a la postre está llevado a cabo con la habilidad para yuxtaponer adecuadamente las diferentes partes de que consta.

La arquitectura concreta es a veces palladiana, pero la que caracteriza más al palacio es una manera extraña y original, brillante y algo disparatada, propia del genio de Hawksmoor y, en menor medida, de Vanbrugh. El edificio, figurativamente hablando, superpone un pallasianismo purista que llega en ocasiones a anticipar la arquitectura radical de un Ledoux, con un barroco exaltado que se diría seguidor, y superador, de Borromini. El resultado es extraño y brillante, altamente original. Recomiendo no perdérselo, si uno anda alguna vez por allí creca.


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Volví otra vez, todavía, en Semana Santa, cuando vinieron a estar conmigo mi mujer, Chinina, y mis hijos, Jaime y Alberto. Esta vez dedicamos el día a la ciudad, pero a la arquitectura moderna, aunque sin despreciar algunas de las antiguas, y decimonónicas, que nos salían al paso. Empezamos por el Queen´s College, de Stirling y Gowan, tan famoso cuando yo era joven profesor, como fueron en general, en España y en casi todo el mundo, las obras más vanguardistas de estos grandes arquitectos británicos. El edificio está mal cuidado. Casi parecía abandonado, aunque no es así. Parece un producto de la incomprensión de los ingleses por este tipo de arquitectura, aunque es de notar que también a mí me costó bastante trabajo que mi familia lo viera como algo apreciable. También hay que recordar que cuando fuimos con Forty ni se refirió siquiera al edificio, probablemente porque, como tantos, considera a Stirling un excéntrico (aunque Forty estaba en la Tate British el día que Anthony Vidler dió una conferencia sobre la obra de Stirling, y tuvo que pagar 15libras para entrar).

Luego fuimos a ver lo de Jacobsen, que tuvo gran éxito para mi familia, aunque no pudimos entrar a nada, si bien el colegio se deja entender bien a través de sus espacios exteriores. También vimos la biblioteca de Martin y de St John Wilson, que también les gustó.

Al lado del Keble College descubrimos un largo cerramiento moderno y de diseño complejo, un tanto a la manera de Kahn. Buscamos ver lo que era y para ello tuvimos que entrar en el Keble, y, al fin, vimos que se trataba de un gran edificio de ampliación, cerrado por completo al exterior por el muro que habíamos visto, con un largo trazado que dibuja casi una espiral después de una dilatada línea, y terminado en el interior por una fachada de vidrio, inclinado progresivamente, a la manera del Queen´s College. Ya dentro, yo lo recordé como un ejemplo famoso de la arquitectura británica de final de los 60 o principio de los 70. Preguntando supimos que el arquitecto era Rick Mather. Nos gustó descubrirlo y verlo, y yo recordé que Forty, que nos enseño el Keble, no dijo nada de esta ampliación ni nos la mostró siquiera. Sin duda otra excentricidad para él.


Comimos en un Pub antiguo que encontramos, muy agradablemente y en un patio. Habíamos ido en tren, pero volvimos en autobús, más barato y más cómodo de coger en pleno centro de la ciudad.